domingo, 27 de noviembre de 2011

AMOR




El pueblo se había quedado dormido a la riviera del tiempo. El viejo farol alumbraba la calle empedrada, recorrida siempre por pasos familiares, que apenas se detenían para saludar ante una reja, perdiéndose después entre las sombras.

Ella apoyada en la ventana esperaba, sin saber a quien, cada tarde hasta el oscurecer.

Un día se sobresalto la quietud del paisaje y el atardecer se creció en ecos de pasos de un caminante forastero que se detuvo  en su ventana. Había llegado como la esperanza, sin saberse de donde.

Ella apuraba las horas del día presagiando sus pasos y amasando sus sueños.

La noche que el le regalo el collar, fue la ultima vez que lo vio. Y su vida quedo en reposo, mientras forjaba eslabones de espera y de sueños rotos, rodeándole la garganta, entrelazados con su cadena de oro...

Cuando comprendió que no volvería, por más que ella lo esperara, escribió un sencillo testamento pidiendo que para su muerte, la enterraran con su collar. Se imaginaba esperándolo  en los balcones del cielo.

El tiempo paso indolente y acepto resignada la propuesta de matrimonio del panadero del pueblo. Al calor del horno, distrajo al recuerdo, viendo crecer a sus hijos.

El día que la sorprendió la muerte, envejecida y rodeada de su familia, al leer su última voluntad, supieron que quería ser enterrada con su anillo de bodas y las primeras medallitas de sus hijos, para llevárselas consigo, al ir a radicarse a la panadería del cielo.

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