Siempre he creído que las
mujeres son algo ingenuas y románticas.
Todavía recuerdo aquel
calido atardecer de primavera, con flores fragantes y pájaros revoloteando en
la ramas, cuando mi esposa me planteo su inquietud.
Creía que nuestro hijo
adolescente, ya contaba con edad suficiente para que yo le hablase sobre el
sexo. Presentía el vigor y la ansiedad del muchacho, e improvisaba ejemplos
tomados del sugestivo paisaje invitándome a que yo los usara.
De pronto, paso el mejor
ejemplo, una pareja de tórtolas. Ella me tomo de la mano y me imploro susurrante:
-
Nuestro
hijo crece de prisa y el tiempo le
regala inquietudes, para las cuales posiblemente no tenga respuestas. Comparte
secretos con el, que la naturaleza en el jardín los esta gritando. Mira que
están haciendo los tórtolas. Prométeme que hablaras con el.
Esa noche, cuando se fue
a acostar lo acompañe a su cuarto y con voz cómplice aludí a aquel día, cuando
se accidento nuestro carro y tuvimos que pedir albergue en una posada.
Evoque lo que habíamos
hecho, yo con la dueña del lugar y el con su hija.
Y luego cumplí mi promesa.
Le dije que su madre quería que el supiese que los pájaros hacen lo mismo.
(Este es un cuento co escrito con mi madre hace ya mucho tiempo para la Catedra de Estilo y Redaccion... al leerlo, sigo dibujando una sonrisa que quiero compartir con ustedes. Disfrutenlo!)
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