Dentro del ritual de cortejo uno de los factores más importantes y quizás
uno de los hechos más instintivos y primarios son las caricias diferidas.
Aprender a reconocer y ofrecer un conjunto adecuado y oportuno de caricias
diferidas en muchas ocasiones será la diferencia entre tener una siguiente cita
o no. Los primates, tienen una cópula indiscriminada que dura aproximadamente
ocho segundos.
El ser humano necesita pasar por un largo proceso de cortejo,
aunque al final subyace el elemento primitivo y la pulsión que busca conseguir
a una pareja “ideal” con quien copular y ojalá procrear.
Humanizar el proceso de encuentro ha hecho que el mismo se vuelva cada vez
más y más complejo y procurando, sobre todo para el individuo urbano, una lista
interminable de condiciones a cumplir. Afortunadamente, el instinto se
sobrepone al protocolo social y deja colar ese lado animal que aboga por el
placer sexual.
Otra diferencia que tenemos con los primates es que nosotros tenemos sexo
por placer y no sólo para procrear y es por ello que las caricias diferidas son
tan importantes y tan características de ritual del cortejo. Estas comprenderán
ese conjunto de gestos y mímica que emulan todo aquello que podemos hacer en la
intimidad.
Echémosle un vistazo a ese café con un amigo a mitad de tarde, a simple
vista nada erótico, sin embargo si miramos con más detalle notaremos que dicho
encuentro está muy cargado de erotismo y sensualidad. Haciendo a un lado la
galantería que fue necesaria para llevar a esta pareja hasta esa mesa notemos
como, casualmente, la chica toma una cucharilla o un palillo para remover el
azúcar de su café, es decir, como toma un elemento fálico para remover dentro
de un agujero tibio.
Posteriormente, existe la posibilidad que ella ingenuamente lleve dicho
símbolo fálico a su boca para probar si el café está lo suficientemente dulce,
lo cual es a su vez una manera de decirle al instinto del hombre: “mira lo que pudiera hacerte a ti más tarde
si te portas bien y cumples con mis expectativas”. El responderá haciendo
lo mismo, echándole azúcar a su café, revolviéndolo y tomando un sorbo; es
decir, diciéndole: “pudiera ser yo el que
esté acariciando una cavidad húmeda y tibia y si te portas bien también podría
llevármela a la boca”.
Sabremos si estas primeras caricias han sido bien recibidas y entendidas,
pues nuestro interlocutor se inclinará levemente hacia adelante, acercará su
cara hacia el centro de la mesa, ladeará
levemente su rostro dejando expuesto su cuello y particularmente evidenciará un
dilatamiento de pupilas que lo hará lucir deslumbrado.
Si estas primeras ofertas son aceptadas, notaremos como alguno de los dos
comenzará a hacerle unas leves caricias al mantel, como si estuviera siguiendo
el tejido del mismo o mejor aún acariciará el borde del plato o de la taza,
ratificando la intención antes expuesta. Entonces vendrá un corte, un freno y
un distractor… “mesonero agua fría o un
refresco por favor!”
Acaba de notar que hace calor y necesita refrescarse. Posiblemente ahora,
luego de un leve distanciamiento de los cuerpos, comencemos de nuevo el juego,
solo que ahora nuestra dama en cuestión llevará a su boca un pitillo que sale
de un sudoroso y fresco vaso de bebida fría.
En este pequeño descanso notaremos como a su vez aparecen leves gestos de acicalamiento,
como acomodarse el cabello, planchar el mantel y ordenar los cubiertos, estirar
mi ropa para que no se vea ninguna arruga y similares. Se quiere lucir bien
para el otro.
Ahora podemos pedir algo para picar, pues quizás sea momento de meter algo…
en el estómago! Y asimilar lo que no están ofreciendo y lo que estamos aceptando,
además de ratificar con la comida otro cúmulo de caricias de la misma índole.
Cuidado! Si alguno de estos gestos no es bien recibido aparecerán otro tipo
de caricias diferidas… las que llevan a las aclaratorias o amenazas. El que se
encuentre desagradado con algo de lo que vio o dijo el otro, súbitamente tendrá
una necesidad de limpiar las migas del mantel, ordenar algunas cosas, apagar
con fuerza un cigarrillo en el cenicero, quitarle la pelusa al suéter y cosas
por el estilo. Es decir, necesito limpiar el terreno y quitar la basura del
medio.
Si este tipo de caricias aparecen acompañadas con un distanciamiento
corporal, un ceño fruncido, tensión en el maxilar inferior, una posible queja
sobre una molestia “casual” en el cuello o nuca; entiendan amigos que nuestro
interlocutor está realmente molesto!
Ahora, si no hubo migas y pelusas que quitar y llegamos a un postre en tono
suave de voz, hablando de cosas agradables, riendo, comentando nuestras proezas
y destrezas, cotejando esas cosas que tenemos en común y posiblemente habiendo
tenido algún roce eventual y por casualidad con el otro, entonces, prepárense para
la próxima cita.
5 comentarios:
Genial como siempre, Gabo, un abrazo!
Ratón tremendo dato canino jajajajaja bichín
Me contenta que les guste... luego me cuentan que tal sus cafés. Abrazos
Gabo, me encanto!!!! No sabia que tenias un blog! Rapidamente hice un viaje con la mente, recordando varios cafes! jajajaja besos
Q bueno Maru... ojalá el artículo haya brindado algunas luces en esos recuerdos
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